Momotaro, el niño melocotón: Cuenta una leyenda que un hombre leñador era muy feliz junto con su mujer, ambos ya eran ancianos cuando se reprochaban el hecho de nunca haber podido tener un hijo. Eran buenas personas de Japón y su deseo más grande en el mundo era terminar de formar una familia con la presencia de un pequeño para cuidar. Un día en el bosque, la mujer estaba recogiendo leña cuando encontró un gran melocotón en el agua que arrastró a la orilla con la ayuda de su marido. Abrieron la rica fruta y dentro había un niño de ojos negros y grandes que los miró muy sorprendido, al igual que ellos. Más felices no podían estar con esta bendición y rápidamente lo cubrieron para llevar a su hogar y cuidarlo, de nombre le pusieron Momotaro.
Con el paso del tiempo, Momotaro fue a la escuela como los demás chicos y creció del mismo modo que ellos, solamente que su belleza era muy superior a la del resto, también su humildad y valentía lo eran. La aldea que tan felices había hecho a esta familia como a muchas otras comenzó a cambiar porque unos demonios venían desde una isla a robar constantemente. Por esta razón es que se le confió la tarea a Momotaro que era ya una leyenda para que acabe con estos demonios, él aceptó con orgullo y los fue a buscar en su isla.
Yendo a la isla, Momotaro llevó bastante comida, en el camino le dio de comer a un perro y luego lo llevó consigo para que lo ayude, luego a un mono y a un faisán. El faisán llegó primero para ver que estaban todos los demonios dormidos cuando llegaron a destino, luego el mono se trepó y abrió por dentro la puerta, por último entraron todos y comenzaron a atacar fuertemente a los demonios, quienes sin entender nada en medio de su siesta, acabaron por rendirse y Momotaro les prohibió volver a la isla, así como también les dijo que debía devolver todo lo robado y así es como volvieron los animales y el joven victoriosos con una carreta llena de riquezas de su pueblo.
Las manchas del sapo: Los sapos y las águilas no son buenos amigos para nada, de hecho se llevan muy mal, por eso es que un águila le quiso tender una trampa a un sapito que era bastante vivo como para caer de un modo tan fácil. Ella le dijo que quería invitarlo a una fiesta que se hacía en las alturas para todos los pájaros, pero como no podía volar, tampoco podría llegar, entonces ella se encargaría de llevarlo. No entendía el sapo porque era tan buena con él si siempre se llevó tan mal, pero de todos modos aceptó la invitación, solo le dijo que iría si es que llevaba su guitarrita a la fiesta.
El águila llegó con la guitarra en busca del sapo para llevarlo a la fiesta y él dijo que no podría ir tan pronto porque se encontraba arreglando todavía, que espere y luego la alcanzaría, se reía el ave de que nunca la podría alcanzar porque no tenía alas. Sin embargo, el sapito muy astuto se había metido en su guitarra para llegar a la fiesta sin que se dé cuenta el águila. Ella nunca se enteró de cómo llegó a la fiesta, pero sí lo vio ahí bailando sin parar como un loco y haciendo acrobacias, luego tenían que volver y entonces le dijo que se adelante sin él, que luego iría.
El sapo sabía que si se enteraba el águila que lo estaba llevando, lo querría tirar para que se lastime, fue directo a meterse en la guitarra, pero el águila lo vio y no dijo nada. En el medio del camino dio vuelta la guitarra y el sapo cayó sobre una piedra, la cual lo llenó de moretones en todo el cuerpo, así es como se hicieron las manchas en su piel, ya que antes de este episodio no las tenía y todos los sapos que vinieron después, simplemente les tocó nacer con estas manchas.